CAMPEON DEL TORNEO
Tematica: Todos hemos soñado y a la vez que temido que se retomase el Torneo de los Tres Magos, y del mismo modo que nuestro personaje se convirtiese en el campeón de su escuela. Para poder vivir esta experiencia, podréis rolear lo que deseéis del Torneo de los Tres Magos: la elección del Cáliz, una entrevista para el periódico, como se entrena, alguna de las pruebas o cualquier otra momento del torneo (o todos ellos si estáis animados). Puede celebrarse en Beauxbatons, Durmstrang o Hogwarts. Las únicas condiciones son: que vuestro personaje sea campeón de su escuela, y que si se rolean las pruebas, estas sean distintas de las del Cáliz de Fuego (se podrá un laberinto siempre que presente retos distintos en su interior).
HT: #CampeónDelTorneoPHR
Exigencias: Debe ser AU, y en el tiempo en que vuestro personaje se encontraba en sexto o séptimo curso.
Plazo: terminado.
HT: #CampeónDelTorneoPHR
Exigencias: Debe ser AU, y en el tiempo en que vuestro personaje se encontraba en sexto o séptimo curso.
Plazo: terminado.
Participantes:
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Reto ganador:
Densa y aplastante. Así era cómo se sentía el agua del Lago Negro cubriendo de pies a cabeza a la joven de cabellos castaños, empujando sus hombros y tobillos hacia el fondo encenagado y cubierto de serpientes de raíces verdes, e intentando colarse en sus branquias como trataría ella de hacerlo en un buffet.
¿Qué por qué estaba nadando cual rana dentro de aquella masa umbría?
La respuesta se encontraba en el pergamino que había arrancado de sus apuntes de Historia de la Magia, en el que rezaba que Kate Dankgel (no primera, de Inglaterra o alguna bobada que añadir al título. Sino el nombre a secas), había aunado los ejércitos del Reino Könoh, Wàso y Gelato de Piztazzo para vencer al cruel y avaricioso dictador Jackson Pøllock, que alimentaba la confusión del país para enriquecerse. Aunque eso es otra historia que ya contaremos. El caso, es que dicho trozo acabó dentro del Cáliz/aro en el clímax de un partido de quidditch sin escoba.
Kate no pretendía que sucediera. No tenía pensado meterse en el Torneo. No dudaba de sus grandes habilidades como bruja (la varita de alerce había estado a punto de elegirla, antes de que la de avellano saltara como loca), pero para comer helado necesitaba la cabeza sobre los hombros y los brazos disponibles, como mínimo. Así que en ningún momento se había planteado presentarse. Había ocurrido sin más, y tiempo después habían anunciado su nombre.
Hay que admitir que sonaba muy bien que la llamarán por una vez no para decirle que no tocara la comida de la mesa, pero no se lo esperaba. ¿En serio no había nadie mejor en un colegio para magos que una chica de sexto curso con graves problemas con el helado y la violencia? Bueno, ahora que lo decía así, a lo mejor se estaba menospreciando. Tal vez en una de las pruebas tendría que comer hasta encontrar algo, y ahí sería la campeona axiomática.
Mientras seguía hundiéndose en el volumen, ojo avizor, se preguntaba contra qué tenía que enfrentarse. Al principio de la prueba les habían entregado una caña de pescar que tenían que montar siguiendo un código escrito en el lengua rúnico y materiales como goma, por lo menos tres kilómetros hilo de pescar con aspecto metálico, anzuelos enormes, y otros nombres de cosas que cabrían ser mencionadas por un lobo de mar. No le hubiera costado descubrir qué querían transmitirles los majetes que preparaban las pruebas, pues llevaba toda la vida leyendo mitología nórdica, pero si iba a tener que atrapar algo, lo haría con sus propias manos.
Llevaban nada menos que diez minutos cuando ella se lanzó al agua, en medio de una transformación con ayuda de un hechizo que convertía sus células cutáneas en estructuras respiratorias, a falta de un Neville Longbottom para darle algo que no había probado.
Y allí estaba, el frío renacuajo, sabiendo que, fuese lo que fuese que estuviera en el lago, no sería dócil y que ella era una linterna humana. Aunque era mejor así. Quería que viniese a por ella, y sentir la adrenalina.
Se puso a repasar las criaturas acuáticas del libro del Hufflepuff más patoso (después de Anabelle Creevey) de la historia, en búsqueda de un posible enemigo. Aunque había oído decir de la campeona de Dumstrang y el campeón de Beauxbatons que habían creado algo nuevo. Pero no podía fiarse de los dicho por los fganceses y los chupasangres del norte.
“A quién puedo cargarme hoy”, empezó, mentalmente. “Adam Russell el primero. Solo para desquitarme un poco. Céntrate. Uhm...podría ser una sirena. Puede ser que me confunda con una de ellas y me invite a caracoles marinos y pastas. Quién sabe. Así lograría comer un poco más hoy, que los elfos me tienen muerta de hambre. ¡Con lo que los quiero y ellos no me dejan darles el visto bueno a sus platos”.
Un movimiento interrumpió las interesantes y útiles observaciones de la morena. Se quedó quieta, a la vez que su melena, en una coleta, realizaba ondas y se le metía en la boca y en la nariz. “Nota mental: cortarme el pelo”. Lo que sea que quiso molestarla y permitir que el Ravenclaw o las sirenas sobrevivierán se acercaba a ella.
Colocó su mano encima de sus ojos y los entrecerró intentando descubrir qué era. Vio cómo en el fondo, justo debajo de la criatura, las algas se separaban como por arte de Moisés movidas por una fuerza descomunal. Incluso vio alguna desprenderse del cieno marino. Y podía decir orgullosamente, que con razón ganaba a Emma en el lago, porque nadó con más celeridad que cualquiera, lo cual se justificaba con la visión de un pariente de basilisco detrás.
La Gryffindor, si alguien le preguntará después no exageraría al decir que la bestia cortó el agua a su paso (lo que, sí, era muy raro en ella). Las ondas de agua se llevaron a las sirenas que espiaban a la joven y sus tridentes, aunque uno se quedó atrapado entre las luengas algas, que recordaban a brazos saliendo desde la arena y el barro.
Sus músculos se tensaron, ya que, para colmo, no podía ver por culpa del lodo que se había levantado, pero para su sorpresa, el ser seguía allí, pero a la vez no. Delante de ella, pudo distinguir uniformes y gigantescas escamas de color ébano, pero no veía el inicio ni el fin del tronco, ni siquiera brazos o piernas.
-¿Björ..jöbmunnnbander? -la pregunta se escapó de sus labios, algo hinchados por la salinidad del medio, sin remedio.
Aquel mismo verano había releído en un bestiario nórdico el nombre de Jörmungander, la serpiente marina del Midgard. Ésta, se hallaba, según el autor, en el lugar más profundo de la Tierra, exiliado por los dioses a la espera de volver a salir, creciendo cada año más y más sin límite alguno. Era conocida por creer que era capaz de dar varias vueltas al mundo con su cuerpo y poder morderse su propia cola, como los uróboros. Cuando era pequeña Kate creyó que le tenía miedo, ahora, al ver sus fauces, su fuerza, cómo se fundía con el agua, podía negarlo alegremente. No le asustaba, más bien le hacía sentirse...en peligro, pero solo eso. Sus dientes y su poder descomunal eran dignas de amedrentarla, pero, por extraño que suene, no era capaz de temerle, como si sufriera un bloqueo mental. Se había quedado en blanco.
Bloqueo mental del cual despertó gracias a...¡Pum! Sí, un coletazo que seguramente le dejaría marca.
Cayó al fondo, donde el agua era más turbia y se golpeó la cabeza. “Voy a ver plimpys el resto del día”. Se levantó, tocándose la nuca, sin esperar a que volviera a atacar.
¿Pero, por qué le picaba la mano? No tuvo tiempo de responder, asió el tridente que estaba enrededado, y tiró y tiró hasta que lo liberó de las garras de la naturaleza, antes de que la criatura la viera e intentara ir a por ella. “Ya tengo disfraz para Halloween”, pensó después.
Levantó más suciedad aún al golpearse contra el suelo y se quedó aturdido, lo suficiente como para darle tiempo a atacar su cuerpo. Uno, dos, tres. No importaba cuántos golpes le diera con el tenedor gigante que había conseguido de sus acosadoras, las escamas, tan duras como cabría esperar de un diamante, no cedían. Y seguía sin ver el final de su cuerpo. Así que optó por cegarlo. Al menos le daría tiempo.
Los dientes del tridente se clavaron en las cuencas y la sangre se esparcía como el humo en el agua. Sin embargo, solo pudo hacerlo con un ojo, pues empezó a retorcerse tratando de huir y uno de los dientes se soltó.
-No blintenbes huir, tenbo la mismam bamala bleche que Bthor -de su boca salieron burbujas, que entorpecieron el entendimiento de sus palabras, pero el bicho no necesitaba entenderla.
Se aproximó al otro ojo, de color rojo, pero la bestia no paraba de moverse. Encontró, una abertura donde clavar el tridente para seguirle el ritmo, pero ahora no podía cegarlo...¡el diente! Arrancó una de las puntas del arma, que se había partido pero seguía pegado, y lo clavó. Salió más sangre incluso, y el agua recorrió sus manos lo suficientemente rápido como para que no las tuviera demasiado pringosas.
Seguía nadando, arrastrando a la joven, y destrozando el fondo marino con las corrientes que producía. La Gryffindor pensó que no era posible que aquel bicho fuera tan grande, porque si fuera así, el fondo debería estar mucho peor. Pero...“¿por qué no lo veo? ¿Tan grande es este bicho...?”.
Antes de que la embistiera, cegado, contra el lecho rocoso, se soltó. La mano seguía escociéndole. Pero no se molestó en mirar; no tenía tiempo para ello, porque el ser, guiado por el olor a sangre de sus manos fue a por ella. La ceguera permitió a la joven desgarrarle el hocico desprotegido con los dos dientes sobrantes del...uno, no dos. Ya solo quedaba uno. Y luego, desorientada se replegó en el fondo, enrollada sobre sí misma.
Kate puso especial atención. Desde pequeña, había aprendido a leer los gestos de las personas, como si fueran libros abiertos, y con la criatura no era diferente. Era enorme e imponente, pero era curioso, porque parecía que...trataba de esconder la cola. Tuvo una idea feliz, como las llamaría su padre: “¿Y si no quiere que la vea porque es su punto débil?”.
Se mantuvo quieta como podría estarlo durmiendo en Historia de la Magia, y hubo un instante en el que el interior del Lago Negro se vio inundado (Nunca mejor dicho), por el tipo de silencio incómodo y temeroso de aquellos que tienen una primera cita. Y empezó a pensar en que a lo mejor, la manera más sensata de ganarle, no era achicharrarlo a él y a sí misma, como había hecho Thor.
Una segunda idea cruzó su mente.
El tridente, ahora más bien monodente, no serviría de mucho en un ataque directo, y menos estando ella cansada, dolorida, y algo cubierta de sangre. Pero podía usarlo como distracción.
El mango, inicialmente de un blanco perlado con bordes y detalles dorados, se deslizó por su mano y atravesó el agua con el impulso de un hechizo y el calor que inicialmente la había cubierto a ella. El monstruo, sin dudarlo se avalanzó sobre él, y la Gryffindor fue a por la cola. Estaba a su lado, cuando se dio cuenta de la trampa y trató de huir, pero la joven pudo asirse a...¿un aguijón? ¿Su cola era un aguijón? No, espera.
Era una lanza.
Tiró de ella, y la serpiente marina no paraba de moverse. Los brazos de la joven se resintieron con la fuerza del animal y el roce con las ásperas escamas, veía como las burbujas, transparentes, salían de su boca numerosamente, y le empezaba a doler todo. Las manos le picaban, las sentía dolidas y demacradas con el tacto del arma.
Y...empezaba a sentir que el aire le faltaba. Estaba mareada. ¿Estaría acabándose...el efecto del hechizo? A lo mejor debía ir a la superficie, pero estaba tan...tan...lejos, y faltaba tan poco.
Un sonido metálico sonó paliado por el volumen de agua que le rodeaba, un chirrido, y los párpados de Kate le pesaban, pero vislumbró cómo la lanza se deslizaba por las carnes del bicho hasta quedarse en su mano.
Comenzó a salir aire a presión del interior de Jörmungander, y después...después estaba en la superficie, flotando mirando el cielo noctur...¿nocturno?
¿Cuánto tiempo llevaban allí? Sí, llevaban, porque jueces, participantes y espectadores seguían en las gradas mirándola cómo si estuviera loca (que puede que tuvieran razón).
Más tarde se enteraría de que, al parecer, no había sido la única en lanzarse al agua, pero si la que más tiempo había pasado allí.
-¡Kate Dankgel llega la última, pero vaya presa! -oyó un grito apagado a lo lejos, mientras las ondas del lago producidas por una barca incrementaban la sensación de caer dormida del veneno de la bestia.
¿Qué por qué estaba nadando cual rana dentro de aquella masa umbría?
La respuesta se encontraba en el pergamino que había arrancado de sus apuntes de Historia de la Magia, en el que rezaba que Kate Dankgel (no primera, de Inglaterra o alguna bobada que añadir al título. Sino el nombre a secas), había aunado los ejércitos del Reino Könoh, Wàso y Gelato de Piztazzo para vencer al cruel y avaricioso dictador Jackson Pøllock, que alimentaba la confusión del país para enriquecerse. Aunque eso es otra historia que ya contaremos. El caso, es que dicho trozo acabó dentro del Cáliz/aro en el clímax de un partido de quidditch sin escoba.
Kate no pretendía que sucediera. No tenía pensado meterse en el Torneo. No dudaba de sus grandes habilidades como bruja (la varita de alerce había estado a punto de elegirla, antes de que la de avellano saltara como loca), pero para comer helado necesitaba la cabeza sobre los hombros y los brazos disponibles, como mínimo. Así que en ningún momento se había planteado presentarse. Había ocurrido sin más, y tiempo después habían anunciado su nombre.
Hay que admitir que sonaba muy bien que la llamarán por una vez no para decirle que no tocara la comida de la mesa, pero no se lo esperaba. ¿En serio no había nadie mejor en un colegio para magos que una chica de sexto curso con graves problemas con el helado y la violencia? Bueno, ahora que lo decía así, a lo mejor se estaba menospreciando. Tal vez en una de las pruebas tendría que comer hasta encontrar algo, y ahí sería la campeona axiomática.
Mientras seguía hundiéndose en el volumen, ojo avizor, se preguntaba contra qué tenía que enfrentarse. Al principio de la prueba les habían entregado una caña de pescar que tenían que montar siguiendo un código escrito en el lengua rúnico y materiales como goma, por lo menos tres kilómetros hilo de pescar con aspecto metálico, anzuelos enormes, y otros nombres de cosas que cabrían ser mencionadas por un lobo de mar. No le hubiera costado descubrir qué querían transmitirles los majetes que preparaban las pruebas, pues llevaba toda la vida leyendo mitología nórdica, pero si iba a tener que atrapar algo, lo haría con sus propias manos.
Llevaban nada menos que diez minutos cuando ella se lanzó al agua, en medio de una transformación con ayuda de un hechizo que convertía sus células cutáneas en estructuras respiratorias, a falta de un Neville Longbottom para darle algo que no había probado.
Y allí estaba, el frío renacuajo, sabiendo que, fuese lo que fuese que estuviera en el lago, no sería dócil y que ella era una linterna humana. Aunque era mejor así. Quería que viniese a por ella, y sentir la adrenalina.
Se puso a repasar las criaturas acuáticas del libro del Hufflepuff más patoso (después de Anabelle Creevey) de la historia, en búsqueda de un posible enemigo. Aunque había oído decir de la campeona de Dumstrang y el campeón de Beauxbatons que habían creado algo nuevo. Pero no podía fiarse de los dicho por los fganceses y los chupasangres del norte.
“A quién puedo cargarme hoy”, empezó, mentalmente. “Adam Russell el primero. Solo para desquitarme un poco. Céntrate. Uhm...podría ser una sirena. Puede ser que me confunda con una de ellas y me invite a caracoles marinos y pastas. Quién sabe. Así lograría comer un poco más hoy, que los elfos me tienen muerta de hambre. ¡Con lo que los quiero y ellos no me dejan darles el visto bueno a sus platos”.
Un movimiento interrumpió las interesantes y útiles observaciones de la morena. Se quedó quieta, a la vez que su melena, en una coleta, realizaba ondas y se le metía en la boca y en la nariz. “Nota mental: cortarme el pelo”. Lo que sea que quiso molestarla y permitir que el Ravenclaw o las sirenas sobrevivierán se acercaba a ella.
Colocó su mano encima de sus ojos y los entrecerró intentando descubrir qué era. Vio cómo en el fondo, justo debajo de la criatura, las algas se separaban como por arte de Moisés movidas por una fuerza descomunal. Incluso vio alguna desprenderse del cieno marino. Y podía decir orgullosamente, que con razón ganaba a Emma en el lago, porque nadó con más celeridad que cualquiera, lo cual se justificaba con la visión de un pariente de basilisco detrás.
La Gryffindor, si alguien le preguntará después no exageraría al decir que la bestia cortó el agua a su paso (lo que, sí, era muy raro en ella). Las ondas de agua se llevaron a las sirenas que espiaban a la joven y sus tridentes, aunque uno se quedó atrapado entre las luengas algas, que recordaban a brazos saliendo desde la arena y el barro.
Sus músculos se tensaron, ya que, para colmo, no podía ver por culpa del lodo que se había levantado, pero para su sorpresa, el ser seguía allí, pero a la vez no. Delante de ella, pudo distinguir uniformes y gigantescas escamas de color ébano, pero no veía el inicio ni el fin del tronco, ni siquiera brazos o piernas.
-¿Björ..jöbmunnnbander? -la pregunta se escapó de sus labios, algo hinchados por la salinidad del medio, sin remedio.
Aquel mismo verano había releído en un bestiario nórdico el nombre de Jörmungander, la serpiente marina del Midgard. Ésta, se hallaba, según el autor, en el lugar más profundo de la Tierra, exiliado por los dioses a la espera de volver a salir, creciendo cada año más y más sin límite alguno. Era conocida por creer que era capaz de dar varias vueltas al mundo con su cuerpo y poder morderse su propia cola, como los uróboros. Cuando era pequeña Kate creyó que le tenía miedo, ahora, al ver sus fauces, su fuerza, cómo se fundía con el agua, podía negarlo alegremente. No le asustaba, más bien le hacía sentirse...en peligro, pero solo eso. Sus dientes y su poder descomunal eran dignas de amedrentarla, pero, por extraño que suene, no era capaz de temerle, como si sufriera un bloqueo mental. Se había quedado en blanco.
Bloqueo mental del cual despertó gracias a...¡Pum! Sí, un coletazo que seguramente le dejaría marca.
Cayó al fondo, donde el agua era más turbia y se golpeó la cabeza. “Voy a ver plimpys el resto del día”. Se levantó, tocándose la nuca, sin esperar a que volviera a atacar.
¿Pero, por qué le picaba la mano? No tuvo tiempo de responder, asió el tridente que estaba enrededado, y tiró y tiró hasta que lo liberó de las garras de la naturaleza, antes de que la criatura la viera e intentara ir a por ella. “Ya tengo disfraz para Halloween”, pensó después.
Levantó más suciedad aún al golpearse contra el suelo y se quedó aturdido, lo suficiente como para darle tiempo a atacar su cuerpo. Uno, dos, tres. No importaba cuántos golpes le diera con el tenedor gigante que había conseguido de sus acosadoras, las escamas, tan duras como cabría esperar de un diamante, no cedían. Y seguía sin ver el final de su cuerpo. Así que optó por cegarlo. Al menos le daría tiempo.
Los dientes del tridente se clavaron en las cuencas y la sangre se esparcía como el humo en el agua. Sin embargo, solo pudo hacerlo con un ojo, pues empezó a retorcerse tratando de huir y uno de los dientes se soltó.
-No blintenbes huir, tenbo la mismam bamala bleche que Bthor -de su boca salieron burbujas, que entorpecieron el entendimiento de sus palabras, pero el bicho no necesitaba entenderla.
Se aproximó al otro ojo, de color rojo, pero la bestia no paraba de moverse. Encontró, una abertura donde clavar el tridente para seguirle el ritmo, pero ahora no podía cegarlo...¡el diente! Arrancó una de las puntas del arma, que se había partido pero seguía pegado, y lo clavó. Salió más sangre incluso, y el agua recorrió sus manos lo suficientemente rápido como para que no las tuviera demasiado pringosas.
Seguía nadando, arrastrando a la joven, y destrozando el fondo marino con las corrientes que producía. La Gryffindor pensó que no era posible que aquel bicho fuera tan grande, porque si fuera así, el fondo debería estar mucho peor. Pero...“¿por qué no lo veo? ¿Tan grande es este bicho...?”.
Antes de que la embistiera, cegado, contra el lecho rocoso, se soltó. La mano seguía escociéndole. Pero no se molestó en mirar; no tenía tiempo para ello, porque el ser, guiado por el olor a sangre de sus manos fue a por ella. La ceguera permitió a la joven desgarrarle el hocico desprotegido con los dos dientes sobrantes del...uno, no dos. Ya solo quedaba uno. Y luego, desorientada se replegó en el fondo, enrollada sobre sí misma.
Kate puso especial atención. Desde pequeña, había aprendido a leer los gestos de las personas, como si fueran libros abiertos, y con la criatura no era diferente. Era enorme e imponente, pero era curioso, porque parecía que...trataba de esconder la cola. Tuvo una idea feliz, como las llamaría su padre: “¿Y si no quiere que la vea porque es su punto débil?”.
Se mantuvo quieta como podría estarlo durmiendo en Historia de la Magia, y hubo un instante en el que el interior del Lago Negro se vio inundado (Nunca mejor dicho), por el tipo de silencio incómodo y temeroso de aquellos que tienen una primera cita. Y empezó a pensar en que a lo mejor, la manera más sensata de ganarle, no era achicharrarlo a él y a sí misma, como había hecho Thor.
Una segunda idea cruzó su mente.
El tridente, ahora más bien monodente, no serviría de mucho en un ataque directo, y menos estando ella cansada, dolorida, y algo cubierta de sangre. Pero podía usarlo como distracción.
El mango, inicialmente de un blanco perlado con bordes y detalles dorados, se deslizó por su mano y atravesó el agua con el impulso de un hechizo y el calor que inicialmente la había cubierto a ella. El monstruo, sin dudarlo se avalanzó sobre él, y la Gryffindor fue a por la cola. Estaba a su lado, cuando se dio cuenta de la trampa y trató de huir, pero la joven pudo asirse a...¿un aguijón? ¿Su cola era un aguijón? No, espera.
Era una lanza.
Tiró de ella, y la serpiente marina no paraba de moverse. Los brazos de la joven se resintieron con la fuerza del animal y el roce con las ásperas escamas, veía como las burbujas, transparentes, salían de su boca numerosamente, y le empezaba a doler todo. Las manos le picaban, las sentía dolidas y demacradas con el tacto del arma.
Y...empezaba a sentir que el aire le faltaba. Estaba mareada. ¿Estaría acabándose...el efecto del hechizo? A lo mejor debía ir a la superficie, pero estaba tan...tan...lejos, y faltaba tan poco.
Un sonido metálico sonó paliado por el volumen de agua que le rodeaba, un chirrido, y los párpados de Kate le pesaban, pero vislumbró cómo la lanza se deslizaba por las carnes del bicho hasta quedarse en su mano.
Comenzó a salir aire a presión del interior de Jörmungander, y después...después estaba en la superficie, flotando mirando el cielo noctur...¿nocturno?
¿Cuánto tiempo llevaban allí? Sí, llevaban, porque jueces, participantes y espectadores seguían en las gradas mirándola cómo si estuviera loca (que puede que tuvieran razón).
Más tarde se enteraría de que, al parecer, no había sido la única en lanzarse al agua, pero si la que más tiempo había pasado allí.
-¡Kate Dankgel llega la última, pero vaya presa! -oyó un grito apagado a lo lejos, mientras las ondas del lago producidas por una barca incrementaban la sensación de caer dormida del veneno de la bestia.
Escrito por: Kate Dankgel