EXPECTO PATRONUM
Tematica: Este mes vamos a tocar el tema del hechizo expecto patronum. Debéis hacer un monorol sobre los patronus, incluso aunque no sea la piedra angular del relato, tiene que tener relación con este hechizo. Con esto me refiero a que no tiene porque ser necesariamente la primera invocación de este o el uso de este en un ataque, aunque esto siempre es interesante de leer.
HT: #ExpectoPatronumPHR
Exigencias: Debe ser real, y dejamos a vuestra elección que sea en presente o pasado.
Plazo: Finalizado
HT: #ExpectoPatronumPHR
Exigencias: Debe ser real, y dejamos a vuestra elección que sea en presente o pasado.
Plazo: Finalizado
Participantes:
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Reto ganador:
*Este monorol tiene lugar antes de lo ocurrido en el Callejón Diagón*
Últimamente me da la sensación de pasar más tiempo en Brakebills que en mi propia casa. Y no es extraño que esto ocurra, Jake está muy ocupado con los Sore Trolls y yo estoy muy ocupada con el Quidditch y los estudios… aunque aún así encontramos nuestro tiempo para estar juntos. Desde la última vez que estuve con Galahad no puedo dejar de pensar en lo que dijo sobre el encantamiento Patronus, que puede estudiarse y revelar cosas sobre uno mismo. Es por ello que una vez adentrada en el bosque que rodea al campus, apartada de la vista de miradas indiscretas, vuelvo a convocarlo para así intentar estudiarlo yo misma.
Saco la varita, empuñándola con firmeza, y pronuncio el hechizo- Expecto Patronum –y acto seguido una luz blanquecina y vaporosa es liberada. La tigresa se materializa de un salto y trota por unos instantes entre los árboles, levantando la tierra del suelo, feliz de estar de nuevo en este mundo. Me agacho levemente, pues no me hace falta mucho esfuerzo para ponerme a su altura, y ella viene hacia mí para expresarme su… ¿amor? ¿los patronus son capaces de sentir algo? ¿recuerdan a sus creadores o sólo son simples hechizos <que tu subconsciente trata de controlar? Esas y muchas otras preguntas asolan mi cabeza cada vez que la invoco.
Después de recibirla con los brazos abiertos comenzamos a pasear y yo saco de mi bolsa el libro que he conseguido de la biblioteca de Brakebills. No es de ninguna de las dos materias a las que estoy autorizada a cursar, si no que se trata de un libro de Misterios de la Magia donde hay varias páginas dedicadas a estos, valga la redundancia, misteriosos encantamientos protectores. Desesperanzadamente, esas páginas no dicen a penas nada que yo ya no supiese por mi propia curiosidad y estoy dispuesta a cerrarlo cuando veo algo escrito a mano con una perfecta cursiva en una percatado de lo que ocurre- Bueno, por probar no pierdo nada… -digo para mí.
Doy la vuelta al libro en mis manos, quedando su portada y contraportada frente a mí, y me agacho nuevamente hasta llegar a la altura de mi patronus- Eh, chica, ven aquí. –le digo. Ella, obediente, se acerca con curiosidad, olfateando el aire. Cuando está lo suficientemente cerca, le acerco rápidamente el libro para que así toque con su nariz las hojas e inmediatamente le vuelvo a dar la vuelta para ver si algo ha cambiado. Al principio parece no pasar nada, así que tomo asiento en la tierra del bosque y espero con paciencia. Sé que algunos hechizos no tienen un efecto inmediato e incluso pueden tardar en manifestarse años y siglos. Pero afortunadamente este no es uno de ellos.
Las páginas siguientes se tornan blancas y comienzan a aparecer letras, formando palabras, frases y oraciones. Contando justo lo que yo quería que contase. En el encabezado de la página hay un título que reza “Patronus: tigre”. Ojiplática, comienzo a leer la información que el libro me ofrece- “El tigre, es un Patronus fuerte e independiente. Tienen una personalidad feroz hacia aquellos a quienes desconocen, y no se sienten cohibidos a hacerlo si la ocasión lo requiere.” –leo bajo la atenta mirada de mi tigresa, a la cual acaba de calar por completo, y me levanto del suelo para proseguir con mi camino- “Sobre sus portadores, hay mucho más de ellos que no se capta sólo con la primera impresión de este Patronus. Los magos y brujas que poseen este animal tienden a tener fragmentos del pasado algo oscuros que les han hecho crecer algo cínicos. No suelen mostrar sus sentimientos hacia personas desconocidas y la impresión que se muestran a sí mismos y a otras personas, es que son personas fuertes. No toman confianza con rapidez, pero una vez lo hagan, protegerán a quien sea con todo lo que tengan.” –vuelvo a quedarme callada. ¿Cómo es posible que un libro que aparentemente no muestre ninguna información relevante, acierte tantas cosas de golpe? –“La casa de Hogwarts en la que se ha registrado el mayor índice de este patronus es Slytherin y los signos del Zodiaco más comunes a poseerlo son Géminis y Acuario.” –Uno y medio de dos. Fui la bruja de mi año que más tiempo estuvo sentada bajo ese Sombrero viejo y parlante, quien no se decidía si ponerme en Ravenclaw o en Slytherin… pero compensando eso, nací el 9 de Junio así que en lo de Géminis ha acertado.
La tigresa vuelve a mirarme nuevamente, estática y sin parpadear. Cierro el libro y alzo la vista por primera vez, percatándome de que he vuelto a salir al campus. Con más preguntas que respuestas, hago desaparecer con todo el cariño con el que me es posible a mi Patronus y me dirijo hacia la residencia con el libro aún entre mis manos, donde, cuando entro, ya me está esperando la única persona que puede responder a todas las preguntas que tengo sobre los Misterios de la Magia. Cigarro y copa en mano.
Últimamente me da la sensación de pasar más tiempo en Brakebills que en mi propia casa. Y no es extraño que esto ocurra, Jake está muy ocupado con los Sore Trolls y yo estoy muy ocupada con el Quidditch y los estudios… aunque aún así encontramos nuestro tiempo para estar juntos. Desde la última vez que estuve con Galahad no puedo dejar de pensar en lo que dijo sobre el encantamiento Patronus, que puede estudiarse y revelar cosas sobre uno mismo. Es por ello que una vez adentrada en el bosque que rodea al campus, apartada de la vista de miradas indiscretas, vuelvo a convocarlo para así intentar estudiarlo yo misma.
Saco la varita, empuñándola con firmeza, y pronuncio el hechizo- Expecto Patronum –y acto seguido una luz blanquecina y vaporosa es liberada. La tigresa se materializa de un salto y trota por unos instantes entre los árboles, levantando la tierra del suelo, feliz de estar de nuevo en este mundo. Me agacho levemente, pues no me hace falta mucho esfuerzo para ponerme a su altura, y ella viene hacia mí para expresarme su… ¿amor? ¿los patronus son capaces de sentir algo? ¿recuerdan a sus creadores o sólo son simples hechizos <que tu subconsciente trata de controlar? Esas y muchas otras preguntas asolan mi cabeza cada vez que la invoco.
Después de recibirla con los brazos abiertos comenzamos a pasear y yo saco de mi bolsa el libro que he conseguido de la biblioteca de Brakebills. No es de ninguna de las dos materias a las que estoy autorizada a cursar, si no que se trata de un libro de Misterios de la Magia donde hay varias páginas dedicadas a estos, valga la redundancia, misteriosos encantamientos protectores. Desesperanzadamente, esas páginas no dicen a penas nada que yo ya no supiese por mi propia curiosidad y estoy dispuesta a cerrarlo cuando veo algo escrito a mano con una perfecta cursiva en una percatado de lo que ocurre- Bueno, por probar no pierdo nada… -digo para mí.
Doy la vuelta al libro en mis manos, quedando su portada y contraportada frente a mí, y me agacho nuevamente hasta llegar a la altura de mi patronus- Eh, chica, ven aquí. –le digo. Ella, obediente, se acerca con curiosidad, olfateando el aire. Cuando está lo suficientemente cerca, le acerco rápidamente el libro para que así toque con su nariz las hojas e inmediatamente le vuelvo a dar la vuelta para ver si algo ha cambiado. Al principio parece no pasar nada, así que tomo asiento en la tierra del bosque y espero con paciencia. Sé que algunos hechizos no tienen un efecto inmediato e incluso pueden tardar en manifestarse años y siglos. Pero afortunadamente este no es uno de ellos.
Las páginas siguientes se tornan blancas y comienzan a aparecer letras, formando palabras, frases y oraciones. Contando justo lo que yo quería que contase. En el encabezado de la página hay un título que reza “Patronus: tigre”. Ojiplática, comienzo a leer la información que el libro me ofrece- “El tigre, es un Patronus fuerte e independiente. Tienen una personalidad feroz hacia aquellos a quienes desconocen, y no se sienten cohibidos a hacerlo si la ocasión lo requiere.” –leo bajo la atenta mirada de mi tigresa, a la cual acaba de calar por completo, y me levanto del suelo para proseguir con mi camino- “Sobre sus portadores, hay mucho más de ellos que no se capta sólo con la primera impresión de este Patronus. Los magos y brujas que poseen este animal tienden a tener fragmentos del pasado algo oscuros que les han hecho crecer algo cínicos. No suelen mostrar sus sentimientos hacia personas desconocidas y la impresión que se muestran a sí mismos y a otras personas, es que son personas fuertes. No toman confianza con rapidez, pero una vez lo hagan, protegerán a quien sea con todo lo que tengan.” –vuelvo a quedarme callada. ¿Cómo es posible que un libro que aparentemente no muestre ninguna información relevante, acierte tantas cosas de golpe? –“La casa de Hogwarts en la que se ha registrado el mayor índice de este patronus es Slytherin y los signos del Zodiaco más comunes a poseerlo son Géminis y Acuario.” –Uno y medio de dos. Fui la bruja de mi año que más tiempo estuvo sentada bajo ese Sombrero viejo y parlante, quien no se decidía si ponerme en Ravenclaw o en Slytherin… pero compensando eso, nací el 9 de Junio así que en lo de Géminis ha acertado.
La tigresa vuelve a mirarme nuevamente, estática y sin parpadear. Cierro el libro y alzo la vista por primera vez, percatándome de que he vuelto a salir al campus. Con más preguntas que respuestas, hago desaparecer con todo el cariño con el que me es posible a mi Patronus y me dirijo hacia la residencia con el libro aún entre mis manos, donde, cuando entro, ya me está esperando la única persona que puede responder a todas las preguntas que tengo sobre los Misterios de la Magia. Cigarro y copa en mano.
Escrito por: Wendy Marie Barrie
Reto con mención de honor:
"En el mundo siempre han existido dos caras de una misma realidad, incluso antes de que se inventaran las monedas. Los nórdicos también lo sabían. Por eso, cuando alzaban la vista hacia el cielo y veían los carros refulgentes en los que Sól y Mani atravesaban el firmamento todos los días, creían que había una fuerza que les perseguía.
Los mortales estaban convencidos de que los dioses se ocupaban de su cuidado, pero conocían a su vez la maldad en el mundo y las ansias de destrucción de las criaturas que la portaban. Y estaban obstinados en que había una razón más por la que Arvark, Allsvinn y Alsvider tiraban del carro con más ímpetu en algunos momentos del año; y es que los dos hijos de Fenrir trataban de darles caza para eliminar el faro de la humanidad y así sumergirlos en la oscuridad sempiterna.
Hati y Sköll eran la otra cara de la moneda. Y con ellos nacieron los solsticios y los equinocios, que eran una marca en el calendario que señalaba cuánta prisa llevaban Sól y Mani, hijos de Mundilfari y Glaur, pues los vástagos de Fenrir trataban de darles caza con más fuerza en ciertas épocas del año; y con ellos, claro está, surgieron las estaciones.
A veces, la persecución por parte de Sköll y Hati, que hostigaban a Sól y a Mani respectivamente, hacía que los dos dirigentes del carro no tuvieran otro remedio que esconderse. Cuando los carros quedaban ocultos junto a los astros que protegían daban lugar a los eclipses, donde todo se volvía oscuro y tenebroso y las plantas empezaban a marchitarse y las casas a enfríarse. Para evitar que Sól y Mani se escondieran para siempre, provocando la muerte inminente de todos los seres vivos, los niños de las aldeas golpeaban objetos de metal entre sí y los lobos asustados huían, pensando que eran los dioses con sus armaduras quienes iban trás ellos. De esta manera le daban tiempo a los dos hermanos para retomar su tarea.
A pesar de su ardua lucha diaria, tuvo que llegar el día en el que Sköll y Hati conseguiran devorar y desgarrar a Sól y a Mani, y a este momento, junto a otro conjunto de aberraciones, se le llama Ragnaröck, el cual llegará después de un largo invierno, Fimbul. Se dice que Fenrir se liberará gracias a los pecados de los mortales y sembrará el caos por todos los lugares de la Tierra. Hasta que las deidades hagan sonar la trompeta y se enfrenten a Loki y a su séquito."
La voz de la joven cesó con vigor mientras ojeaba las palabras que estaban subrayadas de color azul desde hacía quince años, cuando aprendía a leer y todavía no estaban en su cabeza las palabras del libro. Ahora, podía recitar aquel último capítulo de memoria sin ninguna nota de aburrimiento en su voz, a pesar de las miles de veces que había leído aquel fragmento.
Cerró el libro y acarició la portada de cuero con las yemas; rodeó con los dedos el Vegvísir dorado que había incrustado justo en el centro, con todos sus brazos y detalles perfectamente limpios y libres de óxido (Gracias, hechizo de aislamiento).
Se pilló a sí misma, reflejada en las orfebrerías con una sonrisa, pensando en lo graciosos que era que aquel símbolo, precisamente, estuviera expuesto al inicio del volumen; elucubrando acerca de lo mismo que le había dicho su padre.
Dejó el ejemplar en la estantería, con el delicado deslizar del cuero sobre la madera colándose por sus oídos. Recordaba el día en el que tuvo por primera vez el volumen entre sus pequeñas manos. Apenas sabía leer, así que a Kilian le pareció que era una buena idea darle a su pequeña hija un libro lleno de palabras difíciles de pronunciar y con pinta de no estar ni en el diccionario. La mejor idea jamás concebida, después de entregarle un mechero a una niña.
Sus pies notaron el frío suelo cuando se deshizo del etéreo edredón de la cama y se acercó a la ventana, arrastrándolos. Apoyó los codos en la ventana abierta, y durante un nimio segundo tuvo la tentación de deslizarse por el tejado de la cocina para acabar con un salto hacia el jardín. Y huir. Y ser libre.
Y ser libre, y sentir que los pulmones se le agotarán y sus mejillas parecieran una bola de Navidad. Pero se contuvo. Pasó su mirada ávida sobre los abetos y los pinos, los troncos y las ramas resecas, el suelo húmedo y los musgos verdosos, los pequeños movimientos hechos por animales grandes y los colosales que eran el producto del desliz de alguna diminuta criatura que al pasar había pisado un lecho de hojas mustias o el fino brazo de un arbusto a punto de romperse. Todo parecía haberse congelado en el tiempo, solo la altura de los árboles y la suya propia (que menos mal que había conseguido dar un último estirón. Y podía presumir de que lo había hecho sin usar potro alguno) señalaban el paso del tiempo en la casita del lago Danko, desde la última vez en la que tuvo que apretujarse en el hueco de la ventana para que cupieran dos personas, hasta ahora. Curiosamente, ese momento también lo había vivido con el libro en las manos.
Cerró los ojos y por un segundo vio a una niña de cabello castaño claro y a un hombre vestido con un jersey de cuello de tortuga sentados allí donde ella estaba de pie, y que sonreían a una criatura que bordeaba la linde de los bosques.
Observó... no, mentira, escrutó la espesura en busca de esa mancha gris que habitaba sus recuerdos. Pero no había ni rastro de ella entre el panorama verde y naranja intenso. Se había esfumado como un espectro, aunque algo le decía que seguía por allí correteando, libre, en lugar de haberse mudado con sus nuevos vecinos, los hongos.
Pero quería verlo.
Necesitaba verlo.
Y entonces se le ocurrió una idea para llamarlo.
Alcanzó la varita de la mesa de noche con un simple "Accio", sintiéndose llena de vida y...¿nerviosa? Trazó un círculo, con el dedo índice encima de la banda metálica de peltre, y del extremo de la madera de avellano, surgió una figura que iluminó la habitación e hizo que las lámparas del cuarto temblaran en su presencia. Atravesó el marco de la ventana como una ráfaga de viento, y después las volutas de luz se desvanecieron sin más delante de su vista.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Siete.
Pasaron siete largos minutos, en los que casi perdió la paciencia. Y después...allí estaba. Un lobo de pelaje tan gris como los pequeños guijarros que pisaba apareció, siguiendo al patronus con su misma forma.
Se le cortó la respiración al ver a la criatura frente a ella. Hacía mucho que no tenía el placer de admirarla. Pero al igual que el bosque, también se había congelado en el tiempo: el color era exactamente el mismo, los movimientos guardaban simetría con la de sus reminiscencias, y esos ojos...
Algo raro pasaba.
No era el mismo ojizarco.
Tenía los ojos negros, y una horrorosa expresión en la boca cubierta de sangre.
No permanecía quieto como debería: se estaba lanzando sobre ella.
Cayó de espaldas en el suelo con el monstruo sobre ella, desgarrando su piel y su carne con la misma facilidad con la que se rompe el papel. Se desangraba. Y por encima del hombro peludo del animal vio al lobo hecho de luz, que le susurró con una mueca perniciosa: "Esto es lo que te pasa por no haberme ayudado, Hati".
Aquellos ojos negros inyectados en sangre.
Una punzada de dolor en el cuello.
La respiración pesada.
Y la nada.
Y luego se despertó bañada en sudor.
Los mortales estaban convencidos de que los dioses se ocupaban de su cuidado, pero conocían a su vez la maldad en el mundo y las ansias de destrucción de las criaturas que la portaban. Y estaban obstinados en que había una razón más por la que Arvark, Allsvinn y Alsvider tiraban del carro con más ímpetu en algunos momentos del año; y es que los dos hijos de Fenrir trataban de darles caza para eliminar el faro de la humanidad y así sumergirlos en la oscuridad sempiterna.
Hati y Sköll eran la otra cara de la moneda. Y con ellos nacieron los solsticios y los equinocios, que eran una marca en el calendario que señalaba cuánta prisa llevaban Sól y Mani, hijos de Mundilfari y Glaur, pues los vástagos de Fenrir trataban de darles caza con más fuerza en ciertas épocas del año; y con ellos, claro está, surgieron las estaciones.
A veces, la persecución por parte de Sköll y Hati, que hostigaban a Sól y a Mani respectivamente, hacía que los dos dirigentes del carro no tuvieran otro remedio que esconderse. Cuando los carros quedaban ocultos junto a los astros que protegían daban lugar a los eclipses, donde todo se volvía oscuro y tenebroso y las plantas empezaban a marchitarse y las casas a enfríarse. Para evitar que Sól y Mani se escondieran para siempre, provocando la muerte inminente de todos los seres vivos, los niños de las aldeas golpeaban objetos de metal entre sí y los lobos asustados huían, pensando que eran los dioses con sus armaduras quienes iban trás ellos. De esta manera le daban tiempo a los dos hermanos para retomar su tarea.
A pesar de su ardua lucha diaria, tuvo que llegar el día en el que Sköll y Hati conseguiran devorar y desgarrar a Sól y a Mani, y a este momento, junto a otro conjunto de aberraciones, se le llama Ragnaröck, el cual llegará después de un largo invierno, Fimbul. Se dice que Fenrir se liberará gracias a los pecados de los mortales y sembrará el caos por todos los lugares de la Tierra. Hasta que las deidades hagan sonar la trompeta y se enfrenten a Loki y a su séquito."
La voz de la joven cesó con vigor mientras ojeaba las palabras que estaban subrayadas de color azul desde hacía quince años, cuando aprendía a leer y todavía no estaban en su cabeza las palabras del libro. Ahora, podía recitar aquel último capítulo de memoria sin ninguna nota de aburrimiento en su voz, a pesar de las miles de veces que había leído aquel fragmento.
Cerró el libro y acarició la portada de cuero con las yemas; rodeó con los dedos el Vegvísir dorado que había incrustado justo en el centro, con todos sus brazos y detalles perfectamente limpios y libres de óxido (Gracias, hechizo de aislamiento).
Se pilló a sí misma, reflejada en las orfebrerías con una sonrisa, pensando en lo graciosos que era que aquel símbolo, precisamente, estuviera expuesto al inicio del volumen; elucubrando acerca de lo mismo que le había dicho su padre.
Dejó el ejemplar en la estantería, con el delicado deslizar del cuero sobre la madera colándose por sus oídos. Recordaba el día en el que tuvo por primera vez el volumen entre sus pequeñas manos. Apenas sabía leer, así que a Kilian le pareció que era una buena idea darle a su pequeña hija un libro lleno de palabras difíciles de pronunciar y con pinta de no estar ni en el diccionario. La mejor idea jamás concebida, después de entregarle un mechero a una niña.
Sus pies notaron el frío suelo cuando se deshizo del etéreo edredón de la cama y se acercó a la ventana, arrastrándolos. Apoyó los codos en la ventana abierta, y durante un nimio segundo tuvo la tentación de deslizarse por el tejado de la cocina para acabar con un salto hacia el jardín. Y huir. Y ser libre.
Y ser libre, y sentir que los pulmones se le agotarán y sus mejillas parecieran una bola de Navidad. Pero se contuvo. Pasó su mirada ávida sobre los abetos y los pinos, los troncos y las ramas resecas, el suelo húmedo y los musgos verdosos, los pequeños movimientos hechos por animales grandes y los colosales que eran el producto del desliz de alguna diminuta criatura que al pasar había pisado un lecho de hojas mustias o el fino brazo de un arbusto a punto de romperse. Todo parecía haberse congelado en el tiempo, solo la altura de los árboles y la suya propia (que menos mal que había conseguido dar un último estirón. Y podía presumir de que lo había hecho sin usar potro alguno) señalaban el paso del tiempo en la casita del lago Danko, desde la última vez en la que tuvo que apretujarse en el hueco de la ventana para que cupieran dos personas, hasta ahora. Curiosamente, ese momento también lo había vivido con el libro en las manos.
Cerró los ojos y por un segundo vio a una niña de cabello castaño claro y a un hombre vestido con un jersey de cuello de tortuga sentados allí donde ella estaba de pie, y que sonreían a una criatura que bordeaba la linde de los bosques.
Observó... no, mentira, escrutó la espesura en busca de esa mancha gris que habitaba sus recuerdos. Pero no había ni rastro de ella entre el panorama verde y naranja intenso. Se había esfumado como un espectro, aunque algo le decía que seguía por allí correteando, libre, en lugar de haberse mudado con sus nuevos vecinos, los hongos.
Pero quería verlo.
Necesitaba verlo.
Y entonces se le ocurrió una idea para llamarlo.
Alcanzó la varita de la mesa de noche con un simple "Accio", sintiéndose llena de vida y...¿nerviosa? Trazó un círculo, con el dedo índice encima de la banda metálica de peltre, y del extremo de la madera de avellano, surgió una figura que iluminó la habitación e hizo que las lámparas del cuarto temblaran en su presencia. Atravesó el marco de la ventana como una ráfaga de viento, y después las volutas de luz se desvanecieron sin más delante de su vista.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Siete.
Pasaron siete largos minutos, en los que casi perdió la paciencia. Y después...allí estaba. Un lobo de pelaje tan gris como los pequeños guijarros que pisaba apareció, siguiendo al patronus con su misma forma.
Se le cortó la respiración al ver a la criatura frente a ella. Hacía mucho que no tenía el placer de admirarla. Pero al igual que el bosque, también se había congelado en el tiempo: el color era exactamente el mismo, los movimientos guardaban simetría con la de sus reminiscencias, y esos ojos...
Algo raro pasaba.
No era el mismo ojizarco.
Tenía los ojos negros, y una horrorosa expresión en la boca cubierta de sangre.
No permanecía quieto como debería: se estaba lanzando sobre ella.
Cayó de espaldas en el suelo con el monstruo sobre ella, desgarrando su piel y su carne con la misma facilidad con la que se rompe el papel. Se desangraba. Y por encima del hombro peludo del animal vio al lobo hecho de luz, que le susurró con una mueca perniciosa: "Esto es lo que te pasa por no haberme ayudado, Hati".
Aquellos ojos negros inyectados en sangre.
Una punzada de dolor en el cuello.
La respiración pesada.
Y la nada.
Y luego se despertó bañada en sudor.
Escrito por: Kate Dankgel