MI MADRE
Tematica: Ya que es el mes de mayo, nuestro reto no podía ir de otra cosa que no fueran las madres. Todos tenemos una madre, ya sea buena o mala, biologica, adoptiva o a la que consideremos como tal, que sigue con nosotros o ya no esta. Debéis realizar un monorol sobre ella, ya sea recordándola o una historia sobre ella.
HT: #MiMadrePHR
Exigencias: Debe ser real, y dejamos a vuestra elección que sea en presente o pasado.
Plazo: terminado.
HT: #MiMadrePHR
Exigencias: Debe ser real, y dejamos a vuestra elección que sea en presente o pasado.
Plazo: terminado.
Participantes:
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Reto ganador:
Sus pasos resonaban por los pasillos de una de las alas más olvidadas de aquel hospital. Algunos gritos aislados, o alguna frase sin sentido se colaban a través de las rendijas de las puertas. Casi todas cerradas, bien por la seguridad de quienes moraban dentro o de quienes estaban fuera, aunque solo se tomaba dicha medida en el caso de que quienes las ocuparan pudieran suponer un peligro.
Aquel día a aquella hora, parecía no haber un alma en San Mungo. Era un día de celebración, un día para pasar en familia. Al héroe de la segunda guerra mágica le extrañaba que nadie más que él tuviese ingresado en la planta de psiquiatría del hospital mágico a su madre. O que solo él hubiese tenido el corazón de ir a visitarla.
Se paró frente a la puerta que tantas veces había cruzado desde niño. Pero esto no hacía que fuese más fácil, sino al contrario, cuanto mayor se hacía, más le costaba ir a verlos, y tener cada día más seguro que jamás se recuperarían de aquel estado. Tragó saliva, y con un ramo de rosas en una mano, y una caja envuelta en papel de regalo bajo el brazo, la abrió.
- Hola papá -dijo dirigiéndose con una sonrisa al hombre que se encontraba sentado en la cama más cercana a la puerta. Su padre era el que peor estaba de ambos. Frank Longbottom no articulaba palabra, y en sus días más lúcidos no era capaz más que de seguirle con la mirada, y dibujar una especie de sonrisa en sus labios. Pero aquel, no era un buen día. El antiguo auror fijo sus ojos en su hijo un instante, y nuevamente los volvió a perder en algún punto de la pared que había frente a su cama.
Neville tragó saliva, y contuvo el nudo de su garganta- bueno, hoy es el día de mamá, así que le voy prestar más atención a ella, no te pongas celoso -comentó con cariño a su padre, el cual, ya no le estaba prestando atención, y aunque Neville lo sabía, simplemente prefirió actuar como si no fuera así.
El director de Hogwarts entonces se dirigió a la segunda cama, dónde una mujer de gesto afable lo miraba y sonreía amablemente- Feliz día de la madre -dijo el valiente Gryffindor, mientras le daba el regalo a Alice Longbottom, y colocaba las flores en el jarrón junto a su mesita.
La antigua miembro de la Orden del Fenix fijo rápidamente su atención en el regalo, y no tardó mucho en deshacerse del brillante papel que lo cubría- no es ninguna sorpresa, todos los años te regalo lo mismo, pero se que los chicle Droobles son tus favoritos.
La heroína de la primera guerra mágica abrió la caja con ilusión, y se metió uno de aquellos chicles en la boca. Comenzó a mascar con energía, para después crear una enorme pompa de chicle, que no tardo en desinflarse. Neville tras todos aquellos años aun no sabía si realmente aquella mujer sabía quien era, o solo le agradaba tener compañía, pero él prefería pensar que se trataba de lo primero.
Tras hacer algunas pompas más, pareció cansarse, así que simplemente siguió mascando el chicle. Alice se quedo mirando un rato al joven que se había sentado en su cama- te quiero mamá -dijo Neville, mientras ya sin poder evitarlo, dejaba correr las lagrimas por su rostro. Aquello le resultaba muy injusto, odiaba no poder disfrutar de sus padres y tan solo tener un vago reflejo de lo que habían sido.
Alice al ver al hombre que había ido a visitarla llorar, sonrió con suma ternura. Después alzó su mano y acarició la mejilla de su hijo, limpiando algunas de sus lágrimas, para después dejar en su mano el envoltorio del chicle como regalo para él. Aquella era la única forma en que la bruja podía demostrar que correspondía aquel amor, pues era incapaz de expresarlo de otra forma.
Y así, una vez más, aquel papelito fue guardado por el Director de Hogwarts. Unido a esa extensa colección de envoltorios "inútiles" de chicles Droobles, que Neville Longbottom guardaba en una caja de madera desde que era pequeño. Aquellos eran todos los te quiero de su madre, o al menos, eso era lo que quería él creer.
Aquel día a aquella hora, parecía no haber un alma en San Mungo. Era un día de celebración, un día para pasar en familia. Al héroe de la segunda guerra mágica le extrañaba que nadie más que él tuviese ingresado en la planta de psiquiatría del hospital mágico a su madre. O que solo él hubiese tenido el corazón de ir a visitarla.
Se paró frente a la puerta que tantas veces había cruzado desde niño. Pero esto no hacía que fuese más fácil, sino al contrario, cuanto mayor se hacía, más le costaba ir a verlos, y tener cada día más seguro que jamás se recuperarían de aquel estado. Tragó saliva, y con un ramo de rosas en una mano, y una caja envuelta en papel de regalo bajo el brazo, la abrió.
- Hola papá -dijo dirigiéndose con una sonrisa al hombre que se encontraba sentado en la cama más cercana a la puerta. Su padre era el que peor estaba de ambos. Frank Longbottom no articulaba palabra, y en sus días más lúcidos no era capaz más que de seguirle con la mirada, y dibujar una especie de sonrisa en sus labios. Pero aquel, no era un buen día. El antiguo auror fijo sus ojos en su hijo un instante, y nuevamente los volvió a perder en algún punto de la pared que había frente a su cama.
Neville tragó saliva, y contuvo el nudo de su garganta- bueno, hoy es el día de mamá, así que le voy prestar más atención a ella, no te pongas celoso -comentó con cariño a su padre, el cual, ya no le estaba prestando atención, y aunque Neville lo sabía, simplemente prefirió actuar como si no fuera así.
El director de Hogwarts entonces se dirigió a la segunda cama, dónde una mujer de gesto afable lo miraba y sonreía amablemente- Feliz día de la madre -dijo el valiente Gryffindor, mientras le daba el regalo a Alice Longbottom, y colocaba las flores en el jarrón junto a su mesita.
La antigua miembro de la Orden del Fenix fijo rápidamente su atención en el regalo, y no tardó mucho en deshacerse del brillante papel que lo cubría- no es ninguna sorpresa, todos los años te regalo lo mismo, pero se que los chicle Droobles son tus favoritos.
La heroína de la primera guerra mágica abrió la caja con ilusión, y se metió uno de aquellos chicles en la boca. Comenzó a mascar con energía, para después crear una enorme pompa de chicle, que no tardo en desinflarse. Neville tras todos aquellos años aun no sabía si realmente aquella mujer sabía quien era, o solo le agradaba tener compañía, pero él prefería pensar que se trataba de lo primero.
Tras hacer algunas pompas más, pareció cansarse, así que simplemente siguió mascando el chicle. Alice se quedo mirando un rato al joven que se había sentado en su cama- te quiero mamá -dijo Neville, mientras ya sin poder evitarlo, dejaba correr las lagrimas por su rostro. Aquello le resultaba muy injusto, odiaba no poder disfrutar de sus padres y tan solo tener un vago reflejo de lo que habían sido.
Alice al ver al hombre que había ido a visitarla llorar, sonrió con suma ternura. Después alzó su mano y acarició la mejilla de su hijo, limpiando algunas de sus lágrimas, para después dejar en su mano el envoltorio del chicle como regalo para él. Aquella era la única forma en que la bruja podía demostrar que correspondía aquel amor, pues era incapaz de expresarlo de otra forma.
Y así, una vez más, aquel papelito fue guardado por el Director de Hogwarts. Unido a esa extensa colección de envoltorios "inútiles" de chicles Droobles, que Neville Longbottom guardaba en una caja de madera desde que era pequeño. Aquellos eran todos los te quiero de su madre, o al menos, eso era lo que quería él creer.
Escrito por: Neville Longbottom
Reto con mención de honor:
Dylan nunca había sido una niña de mamá y papá. Solía ir a la biblioteca sola. Se paseaba sin compañía de un adulto por las aceras hasta llegar a su tienda de bromas favorita en la esquina J.K. Browning con St. Nicholas. Y al llegar a casa, preparaba algo de comer con lo que quedaba en la nevera, y siempre le quedaba de rechupete, no como los preparados congelados que su ajetreado y diligente padre traía como un sustituto taciturno de las comidas en familia.
Su padre estaba demasiado ocupado como para traer una cena a casa, pero Dylan lo entendía. Era su padre, tenía cosas muy importantes que llevar a cabo, al fin y al cabo, eso era lo que le decía, ¿por qué le iba a mentir? Como su padre, él debía prepararle comidas espectaculares, debía pasar tiempo con ella, debía interesarse en su vida, debía llevarla a la biblioteca, debía comprarle productos de la tienda de bromas, debía mimarla, debía preparar un picnic nocturno para ver a Orión y los gemelos brillar en el cielo, debía contarle chistes sin gracia. Debía, debía, debía. Debía hacer tantas cosas, y en cambio, no hacía ninguna de ellas, sino que la cuidaba como miserablemente podía, porque desde la desgraciada muerte de su madre eso era todo lo que podía hacer.
Sin embargo, eso no quitaba que la niña de ojos tan brillantes como los diamantes hiciera todo lo que estaba en su mano por atraer su atención. Ella debía ser el núcleo de su vida, y nadie más podía serlo. La niña simplemente quería un poco de interés por parte de su padre. Simplemente quería sentir que tenía a alguien que estuviese allí para ella. Quería sentir que tenía un padre que la mirara mientras hacía algo extraordinario. Quería poder decir orgullosamente que era el centro del sistema solar de alguien. ¿Era pedir tanto?
Durante años había vivido acompañada pero sola, al cuidado de alguien pero abandonada. En otras palabras, había vivido sintiéndose huérfana sin saberlo, así que jamás notó que no era una niña normal. Pero todo cambió cuando sucesos extraños tuvieron más frecuencia en su casa. Su padre empezó a mirarla de forma diferente...no sabía cómo definirlo, pero no era la misma mirada de siempre. Tenía que trabajar durante más tiempo en casa, tanto, que ni siquiera tenía tiempo para darle un beso de buenas noches. La persona a la que más amaba había empezado a desaparecer de su vida lentamente. ¿Por qué? ¿Por qué?
Antes ni siquiera se había dado cuenta de que su relación estaba empeorando, lo achacaba a la presión laboral de su padre. Se empezó a dar cuenta mucho tiempo después, puesto que era demasiado ingenua y crédula como para ver que su mundo se estaba derrumbando y cayéndose a trozos. Y después de casi dos años todavía le costaba verlo, debido a que ella le quería, era la única persona del mundo a la que quería. Él era el que siempre le había dicho la verdad ya que la quería. Ella era su hija, ¿no debía quererla también? ¿O Lexi tenía razón y seguía siendo igual de inocente?
El uno de junio, en su undécimo cumpleaños las cosas cambiaron de forma. Ese día, caluroso y un tanto agobiante, había abierto los ojos gracias al hada de mirada esmeralda. ¡Eres una bruja! Esas simples palabras abrieron una nueva sala de juego más allá de la astronomía y las bromas. Más allá de la vida que tenía sola. Ya que tal día conoció a su madre.
Su madre había muerto cuando ella era muy pequeña, lo suficiente como para que las canciones con la que deleitaba su oído perseverasen, al contrario que su rostro, al que solo tenía acceso con las fotos escondidas de su padre. Así que era como si hubiera sido poco más que un fantasma ruidoso. Dylan había deseado muchas veces haberla conocido por la forma en la que León hablaba de ella, cómo describía sus ojos, sus manos, su forma de hablar...¡Era magnífica! ¡La mejor madre que uno podría desear! Por lo que la hija de un squib y una muggle se hizo a la idea de que nunca nadie podría sustituirla, y tampoco quería que pasase, debido a que el squib tenía que dedicarle tiempo solo a ella.
Pero...ignorando su orgullo, puede que lo estuviese. Puede que si existiera alguien capaz de ocupar su lugar. Pues Lexi lo había hecho. Con el comienzo del verano vino su madre, la real, no el fantasma que ocupaba las remisniscencias de su padre, la que tenía que haber aparecido desde un principio; y con ella, desapareció su padre por completo de su vida. Aunque, esta vez, la joven Slytherin no hizo nada por evitarlo.
Después, por la serie de vicisitudes ocurridas, consiguió un nuevo hogar, y en éste pocas veces tenía que cocinarse ella sola —lo que a Dylan le hacía sentirse cuidada—, veía todos los días a la auror, que a pesar de estar ocupada como León Furler hacía todo lo posible por no perderla de vista —lo cual hacía que la niña se sintiese protegida—, y recibía un cálido beso de buenas noches casi siempre que su edredón le cubría hasta la nariz —lo que la hizo sentirse querida—.
A cada día que pasaba se iba olvidando del squib que la había cuidado, dejó de recordar que tenía un padre, de la voz que tenía, y lo más importante de todo, de cómo la había llamado: Monstruo. Había perdido el significado para ella. Problablamente, si se hubiera molestado en buscarla en el diccionario —como aquella palabra rara que oyó mencionar en su primer curso—, una mueca de sorpresa hubiera cubierto su rostro. Para ella, ahora "monstruo" no se refería a los bichos horrendos y perniciosos que aparecían en sus pesadillas, sino a Lexi y a ella, y a todas las personas que correteaban por el Callejón Diagón sin hacer daño a nadie.
Y con el paso de los días, la presencia y el cariño perenne del hada de ojos verdes fueron ya una cosa ordinaria, como si hubiera estado allí toda su vida, preparándole gofres, enseñándole cosas del mundo mágico, ¡tal como la legeremancia! Ella quería seguir aprendiendo sobre ese arte, ¡quería ser como Lexi Bythesea! Y lo iba a ser, iba a conseguirlo, ya se lo había prometido a sí misma.
Dylan ya la consideraba una madre para cuando la imagen idealizada de su madre fue sustituida por la de la ex-Slytherin, aunque seguía avergonzándose de esas veces que se le escapaba y la llamaba mamá medio dormida, cuando Morfeo la visitaba. Pero fue tiempo después, cuando Lexi la adoptó legalmente que tomó consciencia de ello. Por fin había conseguido una madre, a su verdadera madre junto a los papeles de adopción. Y lo adoraba, incluso más que sus libros de astronomía.
Su padre estaba demasiado ocupado como para traer una cena a casa, pero Dylan lo entendía. Era su padre, tenía cosas muy importantes que llevar a cabo, al fin y al cabo, eso era lo que le decía, ¿por qué le iba a mentir? Como su padre, él debía prepararle comidas espectaculares, debía pasar tiempo con ella, debía interesarse en su vida, debía llevarla a la biblioteca, debía comprarle productos de la tienda de bromas, debía mimarla, debía preparar un picnic nocturno para ver a Orión y los gemelos brillar en el cielo, debía contarle chistes sin gracia. Debía, debía, debía. Debía hacer tantas cosas, y en cambio, no hacía ninguna de ellas, sino que la cuidaba como miserablemente podía, porque desde la desgraciada muerte de su madre eso era todo lo que podía hacer.
Sin embargo, eso no quitaba que la niña de ojos tan brillantes como los diamantes hiciera todo lo que estaba en su mano por atraer su atención. Ella debía ser el núcleo de su vida, y nadie más podía serlo. La niña simplemente quería un poco de interés por parte de su padre. Simplemente quería sentir que tenía a alguien que estuviese allí para ella. Quería sentir que tenía un padre que la mirara mientras hacía algo extraordinario. Quería poder decir orgullosamente que era el centro del sistema solar de alguien. ¿Era pedir tanto?
Durante años había vivido acompañada pero sola, al cuidado de alguien pero abandonada. En otras palabras, había vivido sintiéndose huérfana sin saberlo, así que jamás notó que no era una niña normal. Pero todo cambió cuando sucesos extraños tuvieron más frecuencia en su casa. Su padre empezó a mirarla de forma diferente...no sabía cómo definirlo, pero no era la misma mirada de siempre. Tenía que trabajar durante más tiempo en casa, tanto, que ni siquiera tenía tiempo para darle un beso de buenas noches. La persona a la que más amaba había empezado a desaparecer de su vida lentamente. ¿Por qué? ¿Por qué?
Antes ni siquiera se había dado cuenta de que su relación estaba empeorando, lo achacaba a la presión laboral de su padre. Se empezó a dar cuenta mucho tiempo después, puesto que era demasiado ingenua y crédula como para ver que su mundo se estaba derrumbando y cayéndose a trozos. Y después de casi dos años todavía le costaba verlo, debido a que ella le quería, era la única persona del mundo a la que quería. Él era el que siempre le había dicho la verdad ya que la quería. Ella era su hija, ¿no debía quererla también? ¿O Lexi tenía razón y seguía siendo igual de inocente?
El uno de junio, en su undécimo cumpleaños las cosas cambiaron de forma. Ese día, caluroso y un tanto agobiante, había abierto los ojos gracias al hada de mirada esmeralda. ¡Eres una bruja! Esas simples palabras abrieron una nueva sala de juego más allá de la astronomía y las bromas. Más allá de la vida que tenía sola. Ya que tal día conoció a su madre.
Su madre había muerto cuando ella era muy pequeña, lo suficiente como para que las canciones con la que deleitaba su oído perseverasen, al contrario que su rostro, al que solo tenía acceso con las fotos escondidas de su padre. Así que era como si hubiera sido poco más que un fantasma ruidoso. Dylan había deseado muchas veces haberla conocido por la forma en la que León hablaba de ella, cómo describía sus ojos, sus manos, su forma de hablar...¡Era magnífica! ¡La mejor madre que uno podría desear! Por lo que la hija de un squib y una muggle se hizo a la idea de que nunca nadie podría sustituirla, y tampoco quería que pasase, debido a que el squib tenía que dedicarle tiempo solo a ella.
Pero...ignorando su orgullo, puede que lo estuviese. Puede que si existiera alguien capaz de ocupar su lugar. Pues Lexi lo había hecho. Con el comienzo del verano vino su madre, la real, no el fantasma que ocupaba las remisniscencias de su padre, la que tenía que haber aparecido desde un principio; y con ella, desapareció su padre por completo de su vida. Aunque, esta vez, la joven Slytherin no hizo nada por evitarlo.
Después, por la serie de vicisitudes ocurridas, consiguió un nuevo hogar, y en éste pocas veces tenía que cocinarse ella sola —lo que a Dylan le hacía sentirse cuidada—, veía todos los días a la auror, que a pesar de estar ocupada como León Furler hacía todo lo posible por no perderla de vista —lo cual hacía que la niña se sintiese protegida—, y recibía un cálido beso de buenas noches casi siempre que su edredón le cubría hasta la nariz —lo que la hizo sentirse querida—.
A cada día que pasaba se iba olvidando del squib que la había cuidado, dejó de recordar que tenía un padre, de la voz que tenía, y lo más importante de todo, de cómo la había llamado: Monstruo. Había perdido el significado para ella. Problablamente, si se hubiera molestado en buscarla en el diccionario —como aquella palabra rara que oyó mencionar en su primer curso—, una mueca de sorpresa hubiera cubierto su rostro. Para ella, ahora "monstruo" no se refería a los bichos horrendos y perniciosos que aparecían en sus pesadillas, sino a Lexi y a ella, y a todas las personas que correteaban por el Callejón Diagón sin hacer daño a nadie.
Y con el paso de los días, la presencia y el cariño perenne del hada de ojos verdes fueron ya una cosa ordinaria, como si hubiera estado allí toda su vida, preparándole gofres, enseñándole cosas del mundo mágico, ¡tal como la legeremancia! Ella quería seguir aprendiendo sobre ese arte, ¡quería ser como Lexi Bythesea! Y lo iba a ser, iba a conseguirlo, ya se lo había prometido a sí misma.
Dylan ya la consideraba una madre para cuando la imagen idealizada de su madre fue sustituida por la de la ex-Slytherin, aunque seguía avergonzándose de esas veces que se le escapaba y la llamaba mamá medio dormida, cuando Morfeo la visitaba. Pero fue tiempo después, cuando Lexi la adoptó legalmente que tomó consciencia de ello. Por fin había conseguido una madre, a su verdadera madre junto a los papeles de adopción. Y lo adoraba, incluso más que sus libros de astronomía.
Escrito por: Dylan Furler