MUNDO ESPEJO
Tematica: Imaginaos un mundo en el que quien sea tu personaje fuera completamente lo contrario, lo que se conoce como un mundo espejo. Este reto esta pensado para crear un monorol en el que nuestros personajes buenos sean malvados, y los malvados buenos. Pero no tiene que quedar limitado ahí, pues esta claro que existen personajes grises, así que podeís elegir cualquier cualidad o rasgo extremadamente relevante de vuestro personaje e invertirla.
HT: #MundoEspejoPHR
Exigencias: Debe ser AU, y puede ser en presente, pasado o futuro.
Plazo: terminado
HT: #MundoEspejoPHR
Exigencias: Debe ser AU, y puede ser en presente, pasado o futuro.
Plazo: terminado
Participantes:
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Reto ganador:
Adoni lo habia decidido. Estaba seguro de ello. Iba a declararse. Habia sido un amor a primera vista. Desde el primer momento que le vio en el bote hasta ahora, siempre lo habia estado. Le habia observado miles de veces en la biblioteca. Habia trazado miles de planes tanto mentales como escritos porque estaba seguro que improvisar no funcionaria. El único problema era el siguiente: era demasiado timido.
Cada uno de sus intentos anteriores en el cual se declaraba habían fracasado. Su timidez provocaba que fuese incapaz de pronunciar una frase completa enfrente a el. Ademas era uno de los chicos mas populares de Hufflepuff y dificilmente se le podía encontrar solo. Todo eso eran puntos en contra de Adoni. Pero ahora la situación había cambiado.
Estaba en su tienda, solo y observandole con una gran sonrisa. Hogwarts había acabado y Adoni sabía que si no se declaraba no lo volvería a ver. Sin Hogwarts no sabía cuando le volvería a ver y entonces esa podría ser su ultima oportunidad. El timido tejon tenia que reunir valor para declararse al ex-capitán del equipo de quidditch de Hufflepuff.
Cada uno de sus intentos anteriores en el cual se declaraba habían fracasado. Su timidez provocaba que fuese incapaz de pronunciar una frase completa enfrente a el. Ademas era uno de los chicos mas populares de Hufflepuff y dificilmente se le podía encontrar solo. Todo eso eran puntos en contra de Adoni. Pero ahora la situación había cambiado.
Estaba en su tienda, solo y observandole con una gran sonrisa. Hogwarts había acabado y Adoni sabía que si no se declaraba no lo volvería a ver. Sin Hogwarts no sabía cuando le volvería a ver y entonces esa podría ser su ultima oportunidad. El timido tejon tenia que reunir valor para declararse al ex-capitán del equipo de quidditch de Hufflepuff.
Escrito por: Adoni K. Howell
Reto con mención de honor:
El cabrito de Bill Weasley se afeitaba dos veces por semana con una cuchilla que tenía la forma perfecta para sujetarla entre los dedos como si fuera una navaja, tal y como las antiguas que se usaban cuando todavía los caballos tiraban de los vehículos, y el jabón y la espuma de afeitar eran lo mismo.
Solía coger la cuchilla (la cual le había regalado Fleur como una indirecta directa para que, aparte de comer como un hombre lobo, dejara de parecer uno), la sujetaba entre sus dedos, impóluta y refulgente, y hacía un intento de afeitarse la barba, porque o a) No lo hacía realmente y solo se la recortaba un poco, o b) El muy inútil no sabía cómo hacerlo y la dejaba como le parecía, porque al final estaba exactamente igual que al principio, y la Weasley-Delacour terminaba por echarle una mano.
¿Pero cuántos años tenía el viejales? ¿Cincuenta y cuatro? Y el tío seguía sin saber mover con corrección la hoja, cuando Louis, con diecisiete la manejaba como si hubiera nacido con ellas pegadas a las manos y, además, nunca se hubiera hecho ni un solo rasguño en la cara, al contrario que un tal Eduardo.
Sin embargo, en cierto modo era verdad que había venido al mundo con ellas, porque no recordaba su vida antes de tener unas en sus manos de dedos largos. ¿Había tenido una sonrisa de oreja en su infancia? ¿Había tenido amigos con los que jugar a hacer fortalezas cuando era un crío? ¿Siquiera había jugado alguna vez con otros niños? ¿Cuando dio su primer beso, tuvo a alguien a quien contárselo que no se riera en su cara? ¿Se lo había pasado bien con su familia en el pasado, aunque solo fuese por un día, sonriendo con falsedad entre carne de barbacoa y escobas de quidditch? No lo recordaba, pero apostaba tres galeones a que la respuesta de todas y cada una de las preguntas era un rotundo y sobrio “no”. Louis Weasley no era, lo que se dice, una persona muy alegre, y su vida tampoco es que lo fuese.
La hojilla se deslizaba por sus dedos, al igual que lo hacía cuando Bill hacía su rutina. ¿Qué por qué conocía lo que su padre hacía al afeitarse? Lo sabía porque desde que no era más que un querubín se escondía en la ducha y lo veía desde allí con suma lentitud moviéndola por su rostro...tan cercano a la muerte pero sin saberlo, como un niño que se prepara un rico y nutritivo batido de veneno para ratas.
Tenía un brillo pulcro, como todo lo que pertenecía al perfecto Bill Weasley, y hasta lo más profundo debían llegar unas aparentemente diminutas grietas que ya en el interior se ensancharían como barrancos, como todo lo que tocaba el odioso Bill Weasley.
La hoja metálica se clavó un poco en su dedo, y como una fuente del río Tinto comenzó a emanar. Había sido sin querer, y miró la hoja con repugnancia. El chico odiaba aquella endemoniada herramienta. Recordaba el fatídico día en el que se acercó a su padre, y le había confesado que había dado una rosa a la persona de la que se había enamorado con solo ocho años, mientras su padre se afeitaba; él se había reído de él.
Solo el pelirrojo sabía por qué, porque era el único que había estado presente, y no se lo había dicho a nadie más. Ni Fleur, ni Vitoire, ni Dominique (no mamá o mami, no Vic o V, no Dom o Domi. Ya no) hicieron nada. No lo consolaron, porque Louis siempre había sido muy sensible, no intentaron hacer que Bill se disculpara, por algo que ni siquiera sabía qué había hecho. No había sido adrede, pero había dolido igualmente. Y lo peor es que nadie se daba cuenta. Era un cabrón, y las demás lo ignoraban. Los odiaba.
Sus primos tampoco suponían una mejora. Creían que era un niño mimado, o solo un niño estúpido. Desde que tenía consciencia lo habían mirado con una sonrisa burlona, incluso los más pequeños. Aunque cierto es que quien está bajo la influencia de Ares, ve maldad allí donde mire. Después, cuando se tiñó el pelo de negro y empezó a llevar una compañía llena de piercings y tatuajes a las cenas familiares (sí, había dejado de ser el rubio Weasley para ser un Potter punkie), empezaron a mirarle como si fuera...como si fuera...no encontraba las palabras. Suponía que lo más cercano es como si fuera un monstruo. Siendo más correctos, como si él fuera un jodido monstruo.
Aquella tarde la casa estaba vacía. En realidad,se suponía que nadie debía estar allí. Bill estaba...a quién coño le importa, Fleur estaría de compras con Dom (ni siquiera le habían invitado a ir), y Vic estaba con el pardillo de Ted que parecía no entender que no estaba para bromas estúpidas. Y Louis debería estar en la Academia de Arte Dramático, a la que se había apuntado porque su mejor amigo Ahilej también iba, y decía que era una buena forma de canalizar la ira. Y no quería engañar a nadie: lo necesitaba.
Como ya he dicho, el chico, no estaba en la academia, no estaba en una clase aprendiendo a componer poemas o a tocar un puto instrumento. ¿Para qué iba a pasar horas allí, cuando toda la furia contenida no podía ser liberada del todo de ninguna forma? Estaba harto, cansado de que se rieran de él, de que se metieran con él, incluso los miembros de su familia, incluso Ahilej. Estaba harto de que nadie le comprendiera o le escuchara. ¿Tan difícil era hacerle al menos una pizca de puto caso? No era tan inverosímil. Él siempre había oído qué tenían que decir, sus penas, sus alegrías...¿entonces por qué el sistema no funcionaba al revés? Podrían al menos intentarlo.
Ahilej lo había hecho, hasta cierto punto, claro está, hasta que se habían peleado después de que su amigo le hiciera una broma de mal gusto y se había mudado con su novia, la puta de “Bri”, a Italia. Su nombre sonaba a queso, y por culpa de la prima del Emmental ahora estaba completamente solo.
Louis Weasley odiaba su vida. Odiaba haber nacido tal y como era, porque nunca sería aceptado. Si no lo hubiera hecho, viviría tranquilo en el Inframundo, o al menos eso pensaba. ¿No era mejor el eterno y apacible silencio que el apabullante ruido de la vida? ¿No era mejor no vivir? Ya sabes, porque “vida”, aunque los griegos y los romanos no nos lo hayan dicho, quiere decir “dolor y pena”. ¿Por qué vivir de forma desdichada, cuando puedes saltarte toda la película hasta llegar a los créditos, dentro del féretro con las flores cubriéndote el pecho? Era una idea tentadora, lo había sido desde hacía unos cuantos meses. ¿Por qué no acabar con su sufrimiento? Lo único que le importaba en el mundo estaba en ruinas. ¿Qué o quién cojones se lo impedía?
El antes rubio, y ahora moreno, había jugueteado con la cuchilla desde hacía un buen rato, y sentía que estaba perdiendo el tiempo, por lo que se apresuró a mirar la hora: todavía faltaban dos horas para que alguien llegara a casa. Con la misma celeridad se metió en la bañera, donde siendo un pequeñajo había jugado con los únicos amigos que había tenido en aquella época, los imaginarios, los que nunca le habían dejado solo.
Estaba totalmente seca, lo cual agradecía, porque significaba que así sería más difícil limpiarla luego. Se quitó la chaqueta negra de cuero que llevaba y la tiró al otro lado del baño. Ahora notaba detrás de la camiseta oscura la superficie dura y fría, perfectamente alisada para terminar siendo la tumba de alguien. Se preguntaba si los fabricantes de bañeras las creaban teniendo en cuenta que puede que la vida de alguien terminara allí.
Levantó sus ojos azules hacia el techo, donde había un espejo enorme colocado por mero gusto, se suponía que “paga haceg el baño más ggande, pog supuesto”, y se miró a sí mismo, con la navaja en la mano izquierda, y la otra cubierta de alguna que otra marca rojiza. Oía su propio corazón palpitando a gran velocidad, como si un conejo hiperactivo estuviera dándole golpes al suelo. No estaba nervioso, más bien ansioso.
Quería dejar de sufrir de una vez, olvidarse de que lo llamaran bicho raro en su propia casa, no volver a oír la palabra “maricón” solo por preferir estar rodeado de las chicas, que eran menos agresivas con él, que con los violentos chicos, que no perdían una oportunidad para empujarle por las escaleras; y de las cenas incómodas en las que todos le ignoraban por vestirse de negro y rodearse de“maleantes”.
Estaba decidido.
Cerró los ojos llorosos, y llevó su mano izquierda hacia su brazo derecho. Veía los ríos de sangre verde recorriendo sus brazos, marcados bajo la sábana de piel, y ahí donde fluían, clavó la cuchilla como si fuera la simple y famélica tela que se encuentra en el interior de los huevos. Dolía, y el olor del óxido comenzó a rezumar de la herida. Dolía mucho, sentía la carne cortándose, separándose como un filete allí donde la carne era blanda, pero siguió haciéndolo, ejerciendo más presión.
La bañera empezó a verse teñida de finas líneas de sangre sobre el fondo blanco al igual que sus pitillos que estaban bañados en ella, como había previsto, y Louis empezaba a sentir el deseo natural de parar, y un pequeño mareo por el repugnante olor del óxido, sin embargo, en su cabeza, aquella salida fácil y cobarde contra los problemas estaba bien, y era por su propio bien. Así que no paró.
¿Y sábeis? En las películas suelen decir que cuando vas a morir ves tu vida pasar por delante de tus ojos, tanto los buenos momentos como los malos, pero sobre todo los buenos. Hay algunos que se lo creen y otros que no, hay personas que quieren creerlo y lo hacen, y otras que por más que quieren no se lo tragan. Pero es mentira, ya que si no es así, a Louis Weasley le habían timado: mientras se desmayaba, no vio nada, ni sus escasas alegrías ni sus últimas penas, nada vio más que su reflejo en el espejo del techo, un cuerpo con manchas de color cobrizo de metro ochenta y cinco, a punto de morir por culpa de las personas que no le importaban, las pocas personas que sí que lo hacían, y una que estaba justo en medio, él mismo, que era la que más daño le había hecho, tanto unos minutos antes de morir desangrado, horas antes de que lo encontraran allí muerto con el rastro salado de las lágrimas en los pómulos de su cadáver y días antes de que lo enterraran también llorando a mares como meses después de haberle gritado a su madre por una tontería y años más tarde de haberse apartado de su familia.
Escrito por: Louis Weasley